La intensidad como fuerza para vivir la vida
Cuando era niño, siempre me preguntaba por qué algunas personas, bajo circunstancias particulares, mostraban una fuerza inhumana en el plano físico. En particular, me refería a noticias que veía sobre padres que levantaban rocas pesadas o vehículos para rescatar a sus hijos. Ahora, en retrospectiva, pienso en esa pregunta que me hacía con una mente inocente y curiosa, y la uso como analogía de la fortaleza humana para enfrentar la vida.
Siempre que nos encontramos en situaciones de crisis que debemos resolver porque no hay otra alternativa, encontramos la intensidad necesaria para hacerlo. Aunque no siempre lo hacemos de la forma ideal o esperada, logramos manejar la situación. Esta fortaleza circunstancial ha sido una motivación para mí para aprovecharla durante toda la vida y no solo en circunstancias de necesidad.
Continuamente posponemos nuestra satisfacción, la búsqueda de lo que queremos encontrar, o hacer lo que queremos hacer porque no lo consideramos necesario. Esto ocurre la mayoría de las veces. Y aunque nuestras aspiraciones, expectativas o intereses están directamente ligados a nuestro nivel de satisfacción personal y felicidad, no los valoramos tanto como resolver un problema cuando se presenta. Por eso, no les dedicamos la misma intensidad que cuando tenemos que resolver un problema.
Bajo esta analogía, decidí vivir mi año 2023 con mucha más intensidad. Durante los años previos, muchas circunstancias familiares requirieron mi intensidad para resolver problemas relacionados con la salud, las relaciones y los intereses familiares que divergían a través de muchas variables de pensamiento y decisiones de personas.
Los últimos meses de mi vida fueron muy intensos, desde aceptar que la enfermedad de mi papá era irreversible a inicios del 2022, hasta la decisión personal que él tomó de pasar sus últimos días en su país natal, Filipinas. Junto con mis hermanos, tuvimos que aceptar y apoyar esa decisión, y costearla para hacerla posible. El reto moral que representa dejar ir a tu papá es una etapa de luto sin muerte. La incertidumbre de la enfermedad no permitía saber si lo volvería a ver después de despedirme de él en el aeropuerto. Además, cada videollamada que hacíamos era una oportunidad para guardar un recuerdo de lo que podría ser nuestra última conversación a través de screenshots que tomaba en mi celular y que acumulo hasta el día de hoy. En el desarrollo de esa etapa, mi hermano también aportó su propia fortaleza emocional para acompañar a mi papá en un viaje largo y de varias etapas para llevarlo de vuelta a su país en abril de 2022.
Hubo muchas curvas emocionales ante las cuales enfrentarse, principalmente económicas. Sabiendo que mi papá ya ubicado al otro lado del mundo no podía tomar decisiones racionales por sí solo, no lo abandonaríamos en sus circunstancias. Sin embargo, muchas decisiones, negligencias individuales y procedimientos costosos llevaron hasta su última etapa, prolongando lo inevitable de su enfermedad: la muerte.
Fueron muchos meses en los que la satisfacción de poder ver a mi papá regresar a su país y compartir tiempo con su familia después de más de 30 años, se sumó a todo el desgaste emocional de discrepar en decisiones, esforzarnos en cubrir económicamente lo imposible para satisfacer lo que para él sería lo más valioso y sentir que sus hijos lo apoyaron en todo momento. Tras hacer un viaje a Filipinas, circunstancialmente representativo para despedirme de mi papá en la que el destino quiso que mi papá pasara sus últimos días, durante mis últimos días en su país, me dio un espacio personal para despedirme, enfrentar los retos más grandes de mi vida, al verlo enfermo, convalecer en su etapa final, disociar y desvariar, hasta un punto en el que mi propio cuerpo y mente no podían procesar ver a una versión de mi papá que ya no era mi papá. Era un cuerpo biológico sostenido únicamente por el funcionamiento natural del cuerpo, pero sin las capacidades mentales que la enfermedad y su etapa final ya le habían quitado. Estos retos requirieron la intensidad a la que me refiero, una intensidad en modo supervivencia (como le llama mi hermano) en la que lo único que queda es funcionar con las capacidades mínimas, alimentándonos el cuerpo, durmiendo lo que se puede y seguir avanzando para sostener el corazón y las emociones soportando ese nivel de impacto mientras, al mismo tiempo, había que resolver en una provincia de un país que no hablaba un idioma que conocía sobre cuáles iban a ser los últimos pasos en el cuidado paliativo final de mi papá, así como su traslado y su lugar de descanso eterno.
Mi papá me dejó tanto aprendizaje, tantas lecciones, aunque no me las dio directamente, me permitió aprenderlas de su propio comportamiento y decisiones, pero lo más importante, un legado de esfuerzo, trabajo duro y de hacer siempre lo que quería. Un legado por servir y ayudar que quiero seguir representando bien a través de lo que pueda con mis capacidades.
Además de perder a mi papá, en los meses posteriores mi abuelita, la base de toda mi familia, la raíz de mis principios, valores y espiritualidad, comenzó a debilitarse debido a la edad y naturalmente a decaer en su estado de salud, hasta el punto de convalecer y fallecer a finales de febrero de 2023. El dolor que sentí en mi corazón al verla partir, al saber que nunca más escucharía su risa, sus historias y sus chistes para todo, y su forma optimista de ver la vida a pesar de las circunstancias, solo pudo ser eclipsado por la aceptación de que sus últimos días estaban siendo agónicos y difíciles para ella y que, a pesar del egoísmo natural de las personas de no querer dejar partir a quienes queremos, la tranquilidad de saber que descansó de su dolor aliviaba un poco el dolor de su pérdida.
Mi abuelita, a quien todos llamábamos mama Yeya, fue mi inspiración de bondad a pesar de las circunstancias, de esfuerzo sin victimismo, de trabajo, satisfacción y honor. Había criado a cuatro hijos sola después de enviudar cuando mi mamá, la más joven de los cuatro, tenía solo cuatro años. Lo hizo a través de su trabajo como cocinera en la iglesia, lo que le permitió sostener a su familia, proporcionar educación en escuelas públicas y, sobre todo, enseñar valores y muchas lecciones. Nunca la escuché quejarse del trabajo que hizo, al contrario decía que ella disfrutaba trabajar y sentía satisfacción que no dependió de nadie para lograr sostener a su familiar. Siempre recuerdo algunas de las cosas que me decía cuando era niño: «Somos pobres pero higiénicos, así que anda a bañarte patojo”, cuando yo no me quería bañar, que para mí es una analogía de que no hay excusas para no ser bueno en cualquier ámbito. Así como los recuerdos y las lecciones, el amor y los valores que mi abuelita me dejó es el mejor legado que quiero seguir representando, a través del agradecimiento por la vida, el esfuerzo constante sin victimismo de circunstancias.
Los meses posteriores fueron para procesar todo lo sucedido, pero sobre todo para seguir viviendo y aprender a través de la aceptación de que la vida siempre requiere la intensidad a la que me referí antes, no solo para enfrentar circunstancias de dolor y necesidad, sino para vivirla y disfrutarla. Así como podemos tener intensidad a través de la adrenalina que nos provoca el dolor para resolver, es importante promover a través de otros neurotransmisores como la endorfina, la oxitocina o cualquier otro que podamos generar haciendo ejercicio, creando planes o motivándonos a hacer las cosas que queremos y mantenernos siempre en búsqueda de la felicidad a través de la alegría.
Por eso, personalmente no soy partidario del positivismo tóxico que invita a “destacar lo bueno de todas las cosas” o a «pensar positivamente», sino que soy fiel a mi propia filosofía de la intensidad para hacer las cosas que queremos, no solo las que necesitamos. Cuando entendí esto, me propuse que siempre que quería comer algo rico, sería muy intenso para encontrar lo que andaba buscando, no importaba el tiempo que me tomara. De igual forma, en los proyectos y trabajos en los que me involucro o desempeño, soy intenso hasta obtener lo que para mi perspectiva es la mejor solución que derivará los resultados apropiados para el desarrollo de un proyecto o empresa en la que creo.
En la vida, también es importante tener intensidad para las relaciones interpersonales. Para mí, esto significa dedicar tiempo y esfuerzo en construir relaciones significativas con las personas que me importan. No solo es importante tener la intensidad para hacer cosas por ellas, sino también para escucharlas, apoyarlas y comprenderlas en sus propias circunstancias, porque la empatía que he aprendido a través de muchos errores, es escuchar y entender qué es lo que las personas que queremos quieren, no lo que nosotros creemos que es lo mejor para ellos. Además, la intensidad también implica ser honesto y auténtico en las relaciones, comunicarse asertivamente y ser vulnerable para establecer una conexión más profunda a través de la aceptación de nuestros errores cuando los cometemos o la explicación de nuestras perspectivas cuando no son claras.
En conclusión, para mí la intensidad es una fuerza poderosa que nos impulsa a enfrentar situaciones difíciles y a vivir la vida de manera plena. La fortaleza que siempre obtenemos en momentos de crisis debería ser una motivación para vivir la vida con intensidad en todo momento, no solo cuando enfrentamos situaciones complicadas. La intensidad nos permite buscar la felicidad y la satisfacción en todo lo que hacemos, y esto puede ser una fuente de motivación para llevar una vida plena y con propósito.